“Lo lamentable es que no pocas minorías exigen sus derechos sin tolerancia a quienes no coinciden con ellos; cada vez vemos más manifestaciones que concluyen con episodios de violencia. “
Por: Eduardo Herrera.
A raíz de diversas manifestaciones que se han venido dando, cada vez más, a favor del respeto a las propias creencias, me permito compartir la presente reflexión a la que he intitulado “los desafíos de la tolerancia”.
Es la tolerancia, sin duda, uno de los valores más socorridos en los últimos años, pues se ha vuelto el escudo de muchas minorías ante los ataques que reciben. Qué importante es que cada vez más, los grupos que permanecían en la sombra por temor o por incomprensión, vean la luz con la certeza del respeto de quienes los rodean.
Sin embargo, establecer los límites de la tolerancia es una condición nada sencilla, que requiere esfuerzo de mayorías y también de las minorías; no es la cantidad de personas que se acercan a una ideología o creencia lo que lastima o amenaza los derechos de minorías o mayorías; es la incapacidad de concebir que puedan existir formas diferentes de pensar, de actuar.
Lo lamentable es que, no pocas minorías exigen sus derechos sin tolerancia a quienes no coinciden con ellos; cada vez vemos más manifestaciones que concluyen con episodios de violencia. Para muestra, un botón: el pasado 25 de abril de 2016, en la ciudad de México, resultó golpeado el periodista hondureño Carlos Mendoza, que cubría la nota sobre la marcha para frenar la violencia contra las mujeres; sólo por ser hombre.
Eso no significa que todos en las minorías se manifiesten intolerantes, aunque tampoco que deban apegarse a las creencias de los otros para evitar problemas. Simplemente, debemos tener en cuenta que la empatía es el comienzo del respeto. Uno de los segmentos (no minoría) más lastimados en sus derechos por incontables años han sido las mujeres; pero la historia reciente les ha reconocido, de a poco, derechos y obligaciones comunes. Sin embargo, los grupos radicales feministas no son la solución, como no lo es ningún “pendulazo”, ningún extremo.
Y las preguntas emergen al instante: ¿son los menos los únicos que deben ser considerados con respeto? ¿No es acaso la tolerancia la capacidad de reconocer un pensamiento, un actuar, una creencia diferente a la mía? ¿Por qué debo obligar a los demás a pensar como yo? Si me parece que la razón me asiste, lo correcto es manifestarlo a la par de mis argumentos, de tal modo que si mis razones son de peso, pueda acercar a otros a mi forma de pensar o a mi forma de creer, pero sin la necedad de obligarlos a pensar como yo.
Hay que reconocer que muchos grupos, durante abundantes años, han sido poco considerados, por no decir rechazados o perseguidos por tener un pensamiento, una ideología o una creencia diferente; pero hacerse escuchar con violencia no es la solución.
La tolerancia es una construcción que requiere respeto, mucha capacidad de reflexión, una meditada empatía, la capacidad de reconocer los derechos del otro y la búsqueda de riquezas en cada persona con la que nos encontramos.
Pensar, actuar o creer diferente le pone sal y pimienta a nuestras vidas y nos enriquece en la medida que tengamos un pensamiento crítico claro, nuestras convicciones firmes y brazos abiertos para reconocer en el otro mis propios derechos.