“¿No deberíamos antes voltear a ver a nuestro propio país? ¿No deberíamos, antes de denunciar la discriminación en otra parte, voltear a ver nuestro propio racismo?”
Por Diego Ruiz
Hace poco tiempo me encontré en alguna red social con una noticia que me llamó mucho la atención. Hablaba sobre un restaurante de Ciudad Juárez que le negó el servicio y la entrada a una mujer de origen rarámuri (María Rosalinda, en la foto) sin que quedaran claras las razones. Al parecer sólo le dijeron que “no podía entrar vestida así”. Cabe señalar que esta persona iba como invitada de funcionarios de la SEDESOL (Secretaría de desarrollo social) porque es activista de los derechos de las comunidades indígenas.
Esto sucede al mismo tiempo que muchos nos rasgamos las vestiduras ante el discurso racista y xenófobo que acaba de ganar las elecciones en Estados Unidos, a través de la candidatura de Donald Trump. Es cierto que de ninguna manera podemos aceptar un discurso de este tipo, sobre todo cuando va en contra de nuestros compatriotas, gente con la que compartimos raíces, cultura y muchos genes.
Pero, ¿no deberíamos antes voltear a ver a nuestro propio país? ¿No deberíamos, antes de denunciar la discriminación en otra parte, voltear a ver nuestro propio racismo, nuestra propia sociedad tan marcada por divisiones de clase y origen? Sería bueno que, antes de denunciar lo que ocurre en otro lado, comenzáramos por aceptar que en México, aunque no nos guste decirlo, existe el racismo y la discriminación. Y no como
casos aislados, sino en la dinámica del día a día de nuestra sociedad.
De dientes para afuera, todos estamos en contra de la discriminación, y aplaudimos las películas estadounidenses con mensajes en contra de la discriminación de la población afroamericana, o nos indignamos ante la discriminación y violencia que sufrieron los judíos en la Alemania nazi. Pero no hemos sido capaces de ver lo que pasa en nuestras propias comunidades, en nuestras propias casas.
Es cierto que nuestras leyes, desde hace casi dos siglos, condenan la esclavitud. Es cierto que desde hace cerca de ciento cincuenta años, en las leyes no se hace distinción alguna entre razas, religiones o niveles socioeconómicos. Todos somos ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones, según aprendimos en la escuela. Nada más lejano de la realidad. La noticia que sirve de pretexto para esta reflexión, es sólo un ejemplo de muchísimos casos similares que ocurren en México, y de los que nadie habla.
La historia de México está marcada por el racismo y la división por clase social. Nadie lo dice, y no nos lo enseñan en la escuela, pero así es. Hay fuertes razones históricas para ello, y comprender esta historia es lo primero que deberíamos hacer. Todos lo vemos día a día y nos parece normal. Cuando vemos mensajes publicitarios en los que no aparece más que gente de piel clara y ojos de color (miren a su alrededor); cuando consideramos que lo extranjero (sobre todo si es europeo o norteamericano) como “mejor” sólo porque no es de aquí; cuando hablamos de lugares que son sólo para “gente bien”; cuando (todavía más hipócrita) nos “enorgullecemos” de nuestro pasado prehispánico, y visitamos las ruinas y sitios arqueológicos, pero ignoramos y muchas veces maltratamos a nuestra población indígena.
En México persiste una división social enorme, no sólo por factores económicos sino también por elementos culturales y de raza. Pero hacemos como si eso no existiera, y levantamos la voz airados frente al discurso racista de Trump. Va siendo tiempo de que asumamos lo que nuestra propia sociedad es aunque no nos guste, de otro modo no podremos cambiarla.
“¿Qué les costaba decirme que no podía ingresar porque soy tarahumara, en vez de ponernos tantas trabas?”, preguntaba Rosalinda. ¿Qué nos cuesta aceptar lo que realmente somos y dejar de ver para otro lado?, Pregunto yo.
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