Es necesario educar para pensar de una manera firme pero flexible y abierta al cambio. No podemos quedarnos en “cada quien piensa lo que quiera”, sino en “cada quien es libre y responsable de lo que piensa”.
Por Diego Ruiz
Los que trabajamos en la educación, consideramos como una labor fundamental la de fomentar la capacidad en nuestros alumnos de tener un pensamiento libre y autónomo. Sobre todo en nuestra época, cuya principal bandera es la tolerancia y el respeto a quien vive o piensa diferente, parece importantísimo que cada quien sea capaz de pensar por sí mismo y aceptar que otros tengan diferentes opiniones.
Todo esto es cierto, y es necesario. Pero creo que es importante reflexionar sobre qué significa realmente pensar libremente. Me parece que uno de los errores en los que caemos mucho, es en no considerar que el pensar libremente y expresar nuestras opiniones, también conlleva una responsabilidad muy grande.
Me explico: Cuando decimos simplemente que “cada quien tiene derecho a pensar como quiera” (lo cual es cierto), muchas veces pensamos que esto significa que cada quien puede expresarse, decir y hacer lo que quiera porque está ejerciendo su libertad. Así, sería válido ofender al prójimo, atacar sus creencias, menospreciar o incluso condenar su forma de pensar, burlarse de lo que para el otro es sagrado, dañar la imagen de las personas o calumniarlas, o incluso mentir abiertamente, sólo porque “es mi opinión y tengo derecho a expresarla”. Esto, que es muy común verlo en nuestra sociedad actual, conduce al conflicto, produce la radicalización de ciertas posturas y finalmente la violencia, porque la supuesta tolerancia y el supuesto diálogo, se convierten en una pelea a gritos entre personas sordas a lo que dice el otro.
¿Qué significa pensar libre?
Libertad de expresión y libertad de pensamiento son dos principios fundamentales en nuestra civilización, ambos basados en la libertad fundamental de todo ser humano, que es una característica que nos define y nos diferencia como seres racionales. Ahora bien, esta libertad, como muchos filósofos lo han expresado de diferentes maneras, trae consigo una responsabilidad muy importante: la responsabilidad de nuestras acciones elegidas libremente, y, todavía más profundamente, la responsabilidad de quiénes somos. Sólo el ser humano puede elegir quién quiere ser.
Y la libertad de pensamiento y expresión es fundamental para definir quiénes somos como personas. Pero por lo mismo implica esa responsabilidad: ¿Quién soy y en qué me quiero convertir? Ahora bien, si trasladamos esa responsabilidad personal al plano de nuestra sociedad, tenemos que preguntarnos: ¿Quiénes queremos ser como sociedad? ¿Qué tipo de convivencia queremos construir? La sociedad se construye con las ideas de sus miembros y con la manera como ellos las expresan. En ese sentido, ¿Estamos dispuestos a tener una sociedad caracterizada por la violencia y el conflicto, sólo porque todos pensamos diferente pero no somos capaces de escuchar y respetar al otro? ¿Implica la libertad de pensamiento y expresión que lo que yo diga o haga puede dañar a los demás? ¿Renunciaremos entonces al verdadero diálogo ya la verdadera tolerancia porque simplemente cada quien piensa distinto?
El auténtico pensador libre
Un auténtico pensador libre es aquel que asume la responsabilidad de lo que dice y piensa. Esto implica que sabe que no todos tienen porqué estar de acuerdo con él, pero ante la diferencia o el conflicto, no reaccionará tratando de imponer ciegamente lo que piensa, o simplemente encerrándose en la burbuja de su propia verdad, sin escuchar las razones y argumentos de otro. Un pensador libre escucha, comparte su pensamiento, e incluso es capaz de cambiar de posición o de creencias si descubre que estaba equivocado o que sus ideas tenían debilidades. Un pensador libre es capaz de ofrecer una disculpa si la forma de expresar sus ideas ofendió a alguien más, o si, en vez de debatir ideas, cometió el error de atacar a las personas. Un pensador libre es siempre crítico, comenzando por sí mismo. Un auténtico pensador libre, en resumen, no es sólo quien piensa lo que quiere, sino quien sabe compartir, debatir y cambiar sus propias ideas, quien mantiene su manera de pensar en constante crecimiento y cambio, buscando siempre comprender mejor la realidad en la que vive y respetando siempre al otro.
Ser un pensador libre, por lo tanto, no es cosa fácil. Implica no “casarse” para siempre con las propias ideas. Implica saber que no es cierto que “cada quien tiene su verdad”, porque no todo puede ser verdad, pero también que nadie tiene toda la verdad completa y que siempre estaremos en busca de una mejor comprensión de ella. Implica humildad para escuchar al otro, pero también valentía para decir lo que se piensa. Implica defender los propios principios, pero también tratar de comprender los de los demás.
El reto para la educación
Esto no se logra de la noche a la mañana. En el campo educativo, es fundamental que formemos pensadores libres y responsables. El reto es mayor actualmente, pues no hay una corriente de pensamiento dominante, sino múltiples maneras de pensar y actuar, muchas de ellas en conflicto. Y si formamos con base en un concepto vacío de libertad, donde está bien pensar y decir lo que sea, corremos el peligro de crear fanáticos de sus propias verdades, que o bien tratarán de imponer sus ideas a los demás sin escuchar al otro, o bien se encerrarán en el mundo de sus propios pensamientos para no entrar en conflicto con los demás, cerrándose al verdadero diálogo. Peor aún, seguirán de manera ciega cualquier corriente de pensamiento que se les ofrezca (porque es lo que les enseñaron en la escuela o en su casa, porque es muy novedosa o muy liberal, porque es lo que una institución o grupo proponen, porque está de moda pensar así, etc.) sin realmente evaluarla y contrastarla para generar un pensamiento libre.
Por ello, no podemos dar por sentada la libertad de pensamiento. Debemos crearla a través de la educación. Una libertad responsable. Debemos formar pensadores críticos, valientes, honestos en sus ideas y sin miedo a hablar, abiertos a escuchar pero también a decir lo que piensan, asumiendo la responsabilidad de lo que digan. Es necesario educar para debatir, para argumentar, para escuchar, y aún para saber darle la razón al otro. Es necesario no imponer ideas pero tampoco transmitir verdades a medias o mentiras completas (o, peor, transmitir que nada es verdad y nada es mentira). Es necesario enseñar a los jóvenes que no sólo se trata de decir una opinión, sino de defenderla con razones y estar dispuestos a recibir críticas. Es necesario educar para pensar de una manera firme pero flexible y abierta al cambio. No podemos quedarnos en “cada quien piensa lo que quiera”, sino en “cada quien es libre y responsable de lo que piensa”.
Lograr esto es fundamental para que nuestra sociedad deje de ser un lugar donde todos gritan y nadie escucha, y se convierta realmente en una sociedad donde existe verdadero diálogo y verdadera libertad. El mundo está en un momento de fuertes cambios de ideas y paradigmas, y si no educamos a los pensadores libres del futuro, corremos el riesgo de dar muchos pasos hacia atrás, yendo en contra de esa libertad que tanto defendemos.