“Don Bosco, como cariñosamente se le conoce, afirma que “Educar es cosa del corazón”, por lo que, sin cariño, no existe la educación verdadera.”
Por: Eduardo Herrera
Cada vez más, los educadores aquejan retos inéditos en su labor: chicos que no reconocen ni respetan a las figuras de autoridad, que no saben seguir indicaciones, que no escuchan, se aíslan con sus audífonos o con el celular en cuanto pueden, porque el silencio quema.
No para todos es sencillo conciliar los avances tecnológicos con el reto de educar, de formar a los jóvenes para que sean ejemplares en la sociedad.
Hoy, que la Iglesia Católica celebra a San Juan Bosco como Padre y Maestro de la Juventud, su figura como educador nos recuerda algunos acentos que podemos poner en la formación de los niños y jóvenes de nuestra sociedad y que permanecen vigentes en tanto la tarea de “EDUCAR” exista, tanto en los hogares, como en las escuelas.
La principal característica de su propuesta educativa es el acompañamiento preventivo, cariñoso y personalísimo de niños, adolescentes y jóvenes de su época; sin embargo, como un sistema educativo, ha demostrado no perder vigencia con el tiempo.
Acuñó “El Sistema Preventivo”, basado en la Razón, la Religión y el Amor, tres capacidades del hombre que el educador interpela para poder educar de manera completa, integral.
Para educar en este sistema, se requiere conocer al joven, sus intereses, sus preocupaciones y lo que lo apasiona, a fin de poder orientarlo en las virtudes y valores, hacerlo brillar en sus habilidades.
Esto implica confiar plenamente en que, desde la infancia, el ser humano tiene capacidad de entendimiento, tiene la necesidad de sentirse amado y respetado con sus aciertos y sus errores y se corona con Dios, como aquel que le da sentido a la vida.
Todo esto no se puede lograr sin la presencia educativa Constante de parte de quien educa; es una presencia que se disfruta, porque enriquece y actualiza al educador y, de alguna forma, lo mantiene siempre joven.
Si bien, los adolescentes y jóvenes de hoy parecen estar inmersos en la realidad virtual, en las redes sociales y en los dispositivos electrónicos, siguen buscando ser entendidos, ser bien queridos y tener un sentido profundo de vida, que sólo se alcanza en el encuentro con Dios.
Acercarse a ellos con la intención clara de hacerles el bien, de razonar y concederles razón , de mostrarles un bien mayor, nos abre las puertas de su corazón y nos permite acompañarlos en su crecimiento.
Éste acompañamiento personal y cariñoso no está peleado con las normas ni con los reglamentos; al contrario, les da sentido y hace que el joven las entienda y las asuma.
Don Bosco, como cariñosamente se le conoce, afirma que “Educar es cosa del corazón”, por lo que, sin cariño, no existe la educación verdadera.
En una de sus cartas, enviada en 1884, escribe a sus educadores y alumnos, poniendo en voz de un interlocutor el consejo que de él recibió: No basta con querer a los jóvenes, es necesario que ellos correspondan en el cariño que se les tiene. No se trata de un afán vanidoso, ni de recibir glorias por méritos propios. El amor que no corresponde no es agradecido, por lo que generar una respuesta cariñosa de parte del chico, es también una cuestión educativa, que invita a la reciprocidad.
Tengamos presente que en los tiempos actuales, el cariño del educador debe ser muy transparente para evitar malos entendidos, pero tiene que manifestarse. De otro modo, los alumnos sienten rechazo y encono para con quien, con las mejores intenciones, trata de hacerles el bien sin cuidar las formas.
El cariño le brinda confianza y seguridad, no sólo a los niños, adolescentes y jóvenes, sino a todas las personas.
Sin duda, esta cercanía y acompañamiento personal, es la mejor forma de prevenir la violencia en las escuelas, en los hogares y en todos los espacios donde se educa a la juventud.